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MICRORRELATO: MIEDOS




Empecé a oír ruidos en la habitación. Cada noche, de madrugada, se oían extraños ruidos que provenían del interior del armario. No podía dormir, pero era incapaz de levantarme y abrir el armario. Tenía la esperanza de que en algún momento llegaría el silencio. No llegó. Noche tras noche me tapaba los oídos y aún así esos sonidos nocturnos me despertaban. No me dejaban vivir. Mi cabeza parecía que iba a explotar, se repetían en mi mente de día y de noche. Llevaba semanas sin poder dormir ni descansar ni pensar, hasta que un día me armé de valor y me dirigí al armario y abrí la puerta y, entonces, los vi. Eran ellos, otra vez. Al verme, se callaron de golpe y desaparecieron, huyeron, no sé si para siempre, pero al menos durante un tiempo podré volver a dormir.


MICRORRELATO: LAS CAMPANADAS




Sonaron las campanas durante horas. Me pregunté quién era el muerto. Por quién doblaban las campanas de esa forma. No debía ser un pobre diablo porque llevaban demasiado tiempo sonando,y ya me resultaba insoportable. Harto de escuchar ese sonido monótono y constante, bajé a la calle para saber quién era ese muerto tan importante. Algunos paseantes ni me miraron cuando yo les pregunté por el muerto. No me importó, tan solo quería saber por qué persona teníamos que estar soportando ese ruido espantoso. Cada vez se volvía más intenso, se te metía en la cabeza y tenías la sensación de que en cualquier momento te iba a reventar. A veces, mientras avanzaba en mi búsqueda, tuve que pararme y sujetarla entre mis manos, me explotaba la cabeza. Mis pensamientos se volvían furia, ira, no lograba entender por qué imbécil sonaban las campanas de aquella manera. Estaba muerto pero lo odiaba. Pensaba que si lo tuviera delante lo mataría pero ni eso podría hacer. Ya estaba muerto. Intenté avanzar por las calles para llegar a la iglesia y que dejasen de tocar, de una vez, esa maldita música infernal, pero avanzaba muy lentamente. La gente, el tráfico, todo se interponía en mi camino. Pregunté de nuevo, esta vez a una señora algo mayor, y ni me miró. Nadie respondía a mis preguntas hasta que un joven, algo demacrado, se me acercó y me dijo: “Paciencia, es ley de vida. Todo terminará pronto.” “¿Las campanadas?” le pregunté: “Todo” me respondió. Me sentí aliviado al saber que pronto volvería el silencio, que podría volver a oír mis pensamientos sin tener que enfurecerme ni volverme loco. Y seguí avanzando hasta que mis pasos dejaron de ser mis pasos y mi cuerpo… dejó de ser mi cuerpo y las campanadas poco a poco se fueron callando y el silencio lo invadió todo… hasta mi alma.


MICRORRELATO: LA TOALLA OLVIDADA





Se sentó en la arena de aquella cala, escondida y perdida. El mar le pareció inmenso. Sus ganas de nadar eran incontrolables. Nadó durante meses, semanas, días y horas. Nadó hasta que su cuerpo ya no pudo más, entonces dejó de nadar y la corriente la llevó otra vez a la orilla. En la arena había una toalla olvidada, la cogió, se secó y después la tiró.