Empecé a oír ruidos en la habitación.
Cada noche, de madrugada, se oían extraños ruidos que provenían del interior del armario.
No podía dormir, pero era incapaz de levantarme y abrirlo.
Tenía la esperanza de que, en algún momento, llegaría el silencio.
No llegó.
Noche tras noche me tapaba los oídos y, aun así, esos sonidos nocturnos me despertaban.
No me dejaban vivir.
Mi cabeza parecía que iba a explotar; se repetían en mi mente de día y de noche.
Llevaba semanas sin poder dormir, ni descansar, ni pensar, hasta que un día me armé de valor, me dirigí al armario y abrí la puerta.
Y, entonces, los vi.
Eran ellos, otra vez.
Al verme, se callaron de golpe y desaparecieron.
Huyeron.
No sé si para siempre, pero al menos, durante un tiempo, podré volver a dormir.