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“La condena” de Franz Kafka

Hay lecturas que suponen un reto, que tienes que leer una y otra vez, fijarte en cada palabra, en cada detalle, y aún así, sabes que algo se te escapa. Entonces, esa lectura se vuelve recurrente en tu mente,

has quedado atrapado en ella, la recordarás durante años y cada vez que la vuelvas a leer descubrirás algo nuevo. He ahí el encanto de la literatura, de esa que el tiempo no la convierte en caduca.

Georg Bendemann, un domingo por la mañana, decide escribir una carta a un amigo, que vive desde hace algunos años en el extranjero, más concretamente, en San Petersburgo. En esa carta le comunica el compromiso de matrimonio adquirido desde hace unos meses con Frieda Brandenfeld. No tenía, en un principio, intención de comunicarle este hecho, por miedo a que su amigo se sintiese mal por esta noticia. Según cuenta el protagonista, al amigo no le iban demasiado bien las cosas en Rusia, su negocio se había estancado, no se relacionaba con la colonia de sus compatriotas allí, y tampoco compartía vida social con los naturales del lugar, con lo cual estaba condenado a quedarse soltero.
Una vez escrita la carta, el protagonista, informa a su padre de esta decisión. El padre, debilitado por los años, pone en duda que ese amigo exista en la realidad. A partir de este momento de la narración, el cuento adquiere otra dimensión, donde realidad y proyecciones mentales, se mezclan de tal manera, que no sabemos muy bien, que parte es real y que parte es una proyección mental del protagonista. Esta mezcolanza llevará al protagonista a un final trágico, de tal manera que el padre es quien mata al hijo, de forma física y de forma simbólica.
Este cuento publicado en el año 1912 nos muestra el conflicto generacional de Franz Kafka con su padre, Hermann. Vemos a un hijo, dominado siempre por la figura paterna, y con un sentimiento de culpabilidad por no ser el hijo deseado, por no cumplir las expectativas que el padre tenía puestas en él. No es un tema nuevo, pero sí actual. Kafka ve en su padre a un ser poderoso, alguien que se ha hecho a sí mismo, y por más que el autor intente agradar y que este se sienta orgulloso, no lo consigue, porque su progenitor le ha brindado una vida económicamente cómoda y con esa vida cómoda ha truncado cualquier posibilidad de igualdad entre padre e hijo.El padre es fuerte y el hijo, débil. En realidad, esta distancia generacional, no es nada singular, pero Franz Kafka convierte este hecho, bastante común en cualquier época, en materia de literatura y le asigna una dimensión de tal magnitud que lo convierte en el centro de su obra literaria. 
Este cuento, complicado en su forma, pero más sencillo en su fondo, revela como la imagen proyectada del padre consigue aniquilar la figura débil del hijo, ya que hasta en el último momento de su existencia, el hijo, cumple los deseos del padre, que en este caso en concreto, sería la condena del progenitor a morir ahogado. Sus deseos se hacen realidad. 

Si analizamos el cuento en profundidad observamos una figura paterna envejecida, debilitada por el tiempo, empequeñecida a los ojos del hijo, pero en el momento en el que el protagonista, Georg Bendemann, se aleja de la realidad y se acerca a la proyección mental que posee de su padre, en ese momento, vuelve a resurgir el padre poderoso, el padre que le reprocha la vida que lleva, el padre que lo acusa de débil, el padre que durante años ha sometido a su hijo y que como resultado de ese sometimiento, ha provocado la anulación personal del hijo y con ello una muerte real o simbólica.

Aquí os dejo el enlace del cuento:

http://www.literatura.us/idiomas/fk_condena.html

Miguel de Cervantes Saavedra (29 de septiembre de 1547-22 de abril de 1616)




En unos días se cumplirá el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes. No parece, que en este país, le vayamos a dar la importancia que merece. Por lo visto, la situación política, tiene a nuestros gobernantes muy ocupados,

debe de ser muy cómodo el sillón que tantos quieren ocupar, a pesar, según ellos, de cobrar tan poco por sentarse en él.

Miguel de Cervantes, el autor más relevante de nuestras letras, gracias a su gran obra El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, parece ser que tuvo una vida algo movida y complicada, tanto en el plano económico como en el jurídico. Cuentan algunos que en 1569 fue condenado en Madrid a arresto y amputación de la mano derecha por herir a Antonio de Sigura, y que este fue el motivo de su viaje a Italia, eludiendo así la condena. Estuvo en la cárcel en dos ocasiones, en 1592 por vender trigo sin autorización y en 1597 por irregularidades en las cuentas. En 1605 volvió a pisar la cárcel pero esta vez para declarar sobre la muerte de Gaspar Ezpeleta, la cual se produjo delante de la fachada de su casa, pero nada tenía que ver Cervantes en este asunto.
La carrera militar de Cervantes fue realmente breve. Inició su carrera militar al servicio de Giulio Acquaviva en 1570, pero pronto, en 1571 se convirtió en soldado de la compañía de Diego de Urbina junto a su hermano Rodrigo de Cervantes. Ese mismo año, intervino en la batalla de Lepanto donde fue herido en el pecho y en la mano izquierda, la cual, le quedó inmovilizada, y fue por este motivo por el que recibió el apodo de El manco de Lepanto. Este hecho lejos de apartarlo de la vida militar, no le impidió seguir participando en otras batallas, como en Corfú y Modón. También formó parte de la expedición de Juan de Austria contra Túnez en 1574. En 1575 fue hecho prisionero cerca de las costas catalanas por corsarios berberiscos, aquí comenzó su cautiverio en Argel que duró 5 años. Miguel de Cervantes realizó cuatro intentos de fuga pero fue su familia junto con los padres trinitarios los que conseguirían el dinero para pagar el rescate del escritor.
A su regreso a España, Miguel de Cervantes intentó seguir con su vida militar, pero esta había quedado truncada así que encontró trabajo como comisario de abastos y recaudador de impuestos, que como hemos visto anteriormente le proporcionó algún problema con la justicia.
En cuanto a su obra estrenó en Madrid en 1584 Los tratos de Argel y Numancia, dos obras de teatro. En 1585 publicó la obra pastoril La Galatea y escribió La comedia de la confusión  y Tratado de Constantinopla y muerte de Selim, aunque las dos obras están desaparecidas. En 1605 aparece la primera parte de su gran obra El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, con un éxito inmediato, lo que le permitió un respiro económico. En 1613 publicó La novelas ejemplares. En 1614 publicó Viaje al Parnaso, es una obra en verso. En 1615 publicó Comedias y entremeses y la segunda parte del Quijote.
Murió el 22 de abril de 1616 en Madrid y fue enterrado el 23 de abril.

La habitación llena




Recuerdo su sonrisa cuando llegaba a casa orgulloso de sus notas, las llevaba en la mano y sin quitarse la mochila ni la chaqueta se abalanzaba sobre mí y me decía “míralas, míralas” y yo las leía despacio y lo miraba con el mismo orgullo que él tenía en su rostro. Era un chico excelente, el mejor de su clase, y en el conservatorio era brillante. Con dieciséis años ya hablaba tres idiomas, bastante bien, la verdad y además, practicaba deporte. A veces, lo observaba cuando dormía y me preguntaba qué más podía pedir una madre. 
 
Me acostumbré a verlo dormir y su cara ya no era la misma, sus facciones infantiles habían dado paso a un rostro que cada vez me resultaba más extraño, la aparición de los primeros indicios de barba le daban un aspecto más varonil y me preguntaba en qué momento mi hijo había dejado de ser un niño. Entonces, miré desde la puerta su habitación buscando qué había cambiado pero todo estaba como siempre, su ordenador, su móvil, su última consola, todas sus cosas llenaban su habitación. La habitación parecía más pequeña porque había demasiadas cosas allí. 
 
Pasaba muchas horas en el trabajo, quería lo mejor para mi hijo, que no tuviera ninguna carencia ni tuviera que inventarse regalos de Reyes que nunca existieron, que nunca tuviera que sufrir las miradas de pena de algún compañero con más suerte. Los hijos necesitan tanto…
 
Él había cambiado, ya no sonreía, al verme, ya no tenía impaciencia por demostrarme que era el mejor, sus éxitos se convirtieron en rutina y su rutina estaba llena de trofeos: bicis, ordenadores, consolas, móviles…Sus amigos eran su familia y yo me convertí en alguien desdibujado, que por la noche llegaba a casa y él no tenía palabras para mí ni yo tenía ánimos para discutir por qué su mirada era cada vez más fría.
 
Sin darme cuenta se alejaba de mí y empecé a cuestionarme qué había hecho mal, en qué había fallado, le había dado todo lo que yo nunca tuve y aun así lo perdía día tras día. Hay cosas irrecuperables en la vida, una de ellas, es el tiempo.
 
Me senté frente a él, y su cara era indiferente. Le pregunté “¿Qué necesitas? y él respondió: “No necesito nada, tengo de todo.” Es verdad, tenía tantas cosas, y sin embargo, su mirada era triste. Entonces, recordé algunos momentos de su infancia, esa infancia que aún me pertenecía, o mejor dicho, nos pertenecía. “¿Lo recuerdas?” le pregunté, y su voz cansada dijo: “Claro”, por un momento su frialdad bajó la guardia, y su rostro se volvió melancólico, pero enseguida, al darse cuenta de su debilidad me miró con algo de rencor y continuó con su pose impasible. “¿Recuerdas a María?” me preguntó sin prisa pero con un tono de voz que intuía que era una pregunta mal intencionada. Mi mente intentaba recordar, quién era María, pero se cruzaban muchos nombres de chicas, quizá era una amiga o alguna profesora, no sé. “No, lo siento, no la recuerdo” dije al final. “Estoy saliendo con ella desde hace un año” y sonrió irónicamente. Se levantó, me acarició la cara con mucha ternura y dijo: “Mañana, si quieres, te hablaré de María”.
 

 

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