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MICRORRELATO: EL CLAVO




Salí de casa porque me ahogaba. Salí dando un portazo, dejando toda la rabia contenida dentro de aquella casa. Algo cayó al suelo mientras yo salía, algo pequeño y metálico, algo insignificante, pensé. Las paredes de aquel piso cada día se hacían más estrechas y mi espacio cada vez más pequeño. A veces, sentado en el sofá observaba un clavo que había cerca del techo y me preguntaba desde cuándo estaba allí, para qué servía, quién lo había colocado, y mis pensamientos se centraban en imaginarme que quizá un día de él colgó un cuadro que alguien quitó por alguna razón desconocida. Cuántas veces ella me pidió que lo quitara, “que ya no pintaba nada allí”, decía. Sin embargo, nunca encontré el momento de hacerlo, me gustaba verlo allí, acompañándome en su inutilidad y en su soledad.
Salí de aquella casa y noté el aire frío en la cara y por primera vez en muchos años pude respirar sin sentir algo clavado en la garganta.


MICRORRELATO: LA SENTENCIA




Estaba en la cocina preparando la cena. Escuchó el nombre de aquella mujer en las noticias, se sobresaltó y se cortó en la mano derecha. Contuvo el grito de dolor, cerró el puño con rabia, fue al salón y la vio en el televisor. Era ella y estaba muerta. Según dijeron por televisión el juez no le había concedido la orden de alejamiento, ya que según este escribió en la sentencia: “no se aprecia una situación objetiva de riesgo para la víctima.” Pero ahora estaba muerta y de poco sirvieron sus denuncias y todos los argumentos, que temblando, ella le dio. Tres días antes tuvo la sentencia en su mano y con la misma, que ahora tenía manchada de sangre, la firmó.
Su mano sangraba y se apretó con la otra para cortar la hemorragia. Era inútil, la sangre salía a borbotones. Al ver como sangraba su marido, la mujer asustada le preguntó: «¿qué te ha pasado?», él se miró las manos y dijo: “Esta es mi sentencia”.


MICRORRELATO: MIEDOS




Empecé a oír ruidos en la habitación. Cada noche, de madrugada, se oían extraños ruidos que provenían del interior del armario. No podía dormir, pero era incapaz de levantarme y abrir el armario. Tenía la esperanza de que en algún momento llegaría el silencio. No llegó. Noche tras noche me tapaba los oídos y aún así esos sonidos nocturnos me despertaban. No me dejaban vivir. Mi cabeza parecía que iba a explotar, se repetían en mi mente de día y de noche. Llevaba semanas sin poder dormir ni descansar ni pensar, hasta que un día me armé de valor y me dirigí al armario y abrí la puerta y, entonces, los vi. Eran ellos, otra vez. Al verme, se callaron de golpe y desaparecieron, huyeron, no sé si para siempre, pero al menos durante un tiempo podré volver a dormir.