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MICRORRELATO: LAS CAMPANADAS




Sonaron las campanas durante horas. Me pregunté quién era el muerto. Por quién doblaban las campanas de esa forma. No debía ser un pobre diablo porque llevaban demasiado tiempo sonando,y ya me resultaba insoportable. Harto de escuchar ese sonido monótono y constante, bajé a la calle para saber quién era ese muerto tan importante. Algunos paseantes ni me miraron cuando yo les pregunté por el muerto. No me importó, tan solo quería saber por qué persona teníamos que estar soportando ese ruido espantoso. Cada vez se volvía más intenso, se te metía en la cabeza y tenías la sensación de que en cualquier momento te iba a reventar. A veces, mientras avanzaba en mi búsqueda, tuve que pararme y sujetarla entre mis manos, me explotaba la cabeza. Mis pensamientos se volvían furia, ira, no lograba entender por qué imbécil sonaban las campanas de aquella manera. Estaba muerto pero lo odiaba. Pensaba que si lo tuviera delante lo mataría pero ni eso podría hacer. Ya estaba muerto. Intenté avanzar por las calles para llegar a la iglesia y que dejasen de tocar, de una vez, esa maldita música infernal, pero avanzaba muy lentamente. La gente, el tráfico, todo se interponía en mi camino. Pregunté de nuevo, esta vez a una señora algo mayor, y ni me miró. Nadie respondía a mis preguntas hasta que un joven, algo demacrado, se me acercó y me dijo: “Paciencia, es ley de vida. Todo terminará pronto.” “¿Las campanadas?” le pregunté: “Todo” me respondió. Me sentí aliviado al saber que pronto volvería el silencio, que podría volver a oír mis pensamientos sin tener que enfurecerme ni volverme loco. Y seguí avanzando hasta que mis pasos dejaron de ser mis pasos y mi cuerpo… dejó de ser mi cuerpo y las campanadas poco a poco se fueron callando y el silencio lo invadió todo… hasta mi alma.


MICRORRELATO: UN DÍA DE TRABAJO




Llevaba tres años sin encontrar trabajo, ni una sola entrevista en todo ese tiempo. Y por fin la llamada tan esperada. Tenía una entrevista de trabajo. Estaba emocionada con esa gran noticia. Se arregló lo mejor que pudo, incluso se compró una blusa un poco elegante para dar buena imagen y lo consiguió. El puesto era suyo. Acababa de firmar el contrato de un día de trabajo.

MICRORRELATO: LA TOALLA OLVIDADA





Se sentó en la arena de aquella cala, escondida y perdida. El mar le pareció inmenso. Sus ganas de nadar eran incontrolables. Nadó durante meses, semanas, días y horas. Nadó hasta que su cuerpo ya no pudo más, entonces dejó de nadar y la corriente la llevó otra vez a la orilla. En la arena había una toalla olvidada, la cogió, se secó y después la tiró.