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CUENTO: INERCIA SOCIAL

Me casé porque sentí algo parecido al amor y después me pareció que ya no se parecía. Y te quedaste. Los críos eran pequeños y Antonio tenía la misma sonrisa amable del primer día. Un día, me invitó a tomar café y pensé por qué no, era un chico agradable. Y te casaste. Sí, me casé. Mis padres estaban contentos, y yo también, bueno, supongo, no sé, no lo pensé demasiado, éramos novios y lo normal… ¿Qué iba a hacer?




 Te gusta, ¡eh!. Tiene unos ojos en los que te perderías eternamente, y le gustas, seguro. Bueno, quién sabe, aún es pronto, solo habéis charlado un par de veces. Te pone nerviosa cuando te mira, se te nota. Y él también lo nota. ¡Eres más tonta! A tus sesenta años pareces una cría.
 Creo que nunca me enamoré de Antonio, coincidimos en el espacio y en el tiempo… y en la vida. No había mucho dónde elegir, y en realidad, ahora creo que no lo hice, ¿para qué elegir? Las circunstancias, la inercia me fueron guiando. Te dejaste llevar y se te pasó la vida. Bueno, a mi manera fui feliz, los críos, la familia, Antonio, todos me llenaban. ¿Y tú, te llenabas tú? Yo tampoco necesitaba más, los veía crecer y pensaba, un día se irán y nos quedaremos solos Antonio y yo. Vacíos, dirás. Sí, eso… vacíos, pero es ley de vida.
 Tranquila, vas bien de tiempo. Habéis quedado a las ocho para cenar. Te dijo que sí cuando se lo propusiste. Y tú no te lo podías creer, estabas deseando que se fuera para poder gritar y saltar, como si te hubiera tocado la lotería. Una cría, te has convertido en una cría. Ya te lo dijo Felisa: “Tienes cara de enamorada” y te pusiste como un tomate diciendo «¿yo?, ¿yo?, qué tonterías dices».
 El sexo con Antonio era… muy tierno y aburrido. Se esforzaba mucho, pero a mí me daba tanta vergüenza pedirle algo y cuando él sacaba el tema yo le preguntaba por otra cosa para desviar la conversación. Y no te insistía. No, respiraba profundamente y seguía viendo la tele. Hacíamos el amor o lo que fuera eso, los domingos. Su cuerpo me pesaba como un muerto y los minutos se hacían eternos.
 Es la primera vez que invitas a cenar a un hombre, te gusta sentir que llevas la iniciativa, que puedes decidir, elegir con quién quieres pasar un rato o toda la vida. No se lo has dicho a tus hijos aún, prefieres esperar. ¿Qué van a pensar? Y te da igual, hoy todo te da igual, tan solo te preocupa llegar a tu cita y pasarlo cómo nunca. Estás guapa, porque te sientes guapa.
 Cuando murió Antonio el mundo se me vino encima. Toda mi vida se fue con su último aliento. Pensé, ¿qué voy a hacer ahora? Poco a poco me acostumbré a su ausencia, y en algún momento dejé de echarlo de menos y empezó a gustarme esa soledad recién estrenada. Los críos se habían ido de casa hacía ya mucho tiempo y por primera vez en mi vida tenía mi espacio y lo disfrutaba cada segundo. Me sentía egoísta y feliz porque utilizaba el yo en vez del nosotros. Él acababa de morir y yo empezaba a vivir.
 Ahí está. Ya me ha visto. ¿Y ahora qué vas a hacer? Vivir.