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La habitación llena




Recuerdo su sonrisa cuando llegaba a casa orgulloso de sus notas, las llevaba en la mano y sin quitarse la mochila ni la chaqueta se abalanzaba sobre mí y me decía “míralas, míralas” y yo las leía despacio y lo miraba con el mismo orgullo que él tenía en su rostro. Era un chico excelente, el mejor de su clase, y en el conservatorio era brillante. Con dieciséis años ya hablaba tres idiomas, bastante bien, la verdad y además, practicaba deporte. A veces, lo observaba cuando dormía y me preguntaba qué más podía pedir una madre. 
 
Me acostumbré a verlo dormir y su cara ya no era la misma, sus facciones infantiles habían dado paso a un rostro que cada vez me resultaba más extraño, la aparición de los primeros indicios de barba le daban un aspecto más varonil y me preguntaba en qué momento mi hijo había dejado de ser un niño. Entonces, miré desde la puerta su habitación buscando qué había cambiado pero todo estaba como siempre, su ordenador, su móvil, su última consola, todas sus cosas llenaban su habitación. La habitación parecía más pequeña porque había demasiadas cosas allí. 
 
Pasaba muchas horas en el trabajo, quería lo mejor para mi hijo, que no tuviera ninguna carencia ni tuviera que inventarse regalos de Reyes que nunca existieron, que nunca tuviera que sufrir las miradas de pena de algún compañero con más suerte. Los hijos necesitan tanto…
 
Él había cambiado, ya no sonreía, al verme, ya no tenía impaciencia por demostrarme que era el mejor, sus éxitos se convirtieron en rutina y su rutina estaba llena de trofeos: bicis, ordenadores, consolas, móviles…Sus amigos eran su familia y yo me convertí en alguien desdibujado, que por la noche llegaba a casa y él no tenía palabras para mí ni yo tenía ánimos para discutir por qué su mirada era cada vez más fría.
 
Sin darme cuenta se alejaba de mí y empecé a cuestionarme qué había hecho mal, en qué había fallado, le había dado todo lo que yo nunca tuve y aun así lo perdía día tras día. Hay cosas irrecuperables en la vida, una de ellas, es el tiempo.
 
Me senté frente a él, y su cara era indiferente. Le pregunté “¿Qué necesitas? y él respondió: “No necesito nada, tengo de todo.” Es verdad, tenía tantas cosas, y sin embargo, su mirada era triste. Entonces, recordé algunos momentos de su infancia, esa infancia que aún me pertenecía, o mejor dicho, nos pertenecía. “¿Lo recuerdas?” le pregunté, y su voz cansada dijo: “Claro”, por un momento su frialdad bajó la guardia, y su rostro se volvió melancólico, pero enseguida, al darse cuenta de su debilidad me miró con algo de rencor y continuó con su pose impasible. “¿Recuerdas a María?” me preguntó sin prisa pero con un tono de voz que intuía que era una pregunta mal intencionada. Mi mente intentaba recordar, quién era María, pero se cruzaban muchos nombres de chicas, quizá era una amiga o alguna profesora, no sé. “No, lo siento, no la recuerdo” dije al final. “Estoy saliendo con ella desde hace un año” y sonrió irónicamente. Se levantó, me acarició la cara con mucha ternura y dijo: “Mañana, si quieres, te hablaré de María”.
 

 

TU OPINIÓN ES IMPORTANTE

 

“El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga

Veinte años después de mi primera lectura de “El almohadón de plumas” de Horacio Quiroga, me sigue pareciendo impresionante la forma en que el autor trata el tema de la muerte, por su delicadeza y su crudeza al mismo tiempo. Ya en la primera línea sospechamos cuál puede ser el final de la historia. La historia de unos recién casados y de su fría felicidad, porque Alicia, una joven soñadora, se ha unido a Jordán, un hombre rígido e incapaz de mostrar los sentimientos,




a pesar de amarla profundamente. Es seguramente en ese momento en el que empieza la muerte simbólica de la protagonista, en esa infelicidad plasmada en la realidad de su recién estrenado matrimonio. Poco a poco la va consumiendo y el final se acerca.

El espacio también se vuelve hostil, frío, blanco, rígido como si de un mausoleo se tratara, su casa era un sepulcro magnífico y suntuoso, que su querido marido había construido para ella. Todo en el cuento nos lleva a la misma idea, la presencia de la muerte. Ella, una joven casada, aislada en su propia tumba. Y su marido, enamorado, pero impasible, frío y rígido actúa como el enterrador. En realidad, es Jordán quien provoca la muerte de su querida mujer. Es él quien acaba con sus sueños de niña, es él, quien la convierte en alguien infeliz, es él, quien mata sus ganas de vivir.
Su enfermedad física es su enfermedad anímica. El médico no encuentra realmente el problema, y ella, agotada, cansada, con alucinaciones donde su marido se convierte en un ser extraño que la observa, no tiene fuerzas para luchar ni por la vida, ni por el marido que ya apenas si reconoce. Alicia se rinde a la inmovilidad, no se vuelve a levantar de su lecho e impide que nadie toque su cama, ni siquiera que toquen su almohadón.Ya no sirven de nada los cuidados de Jordán porque la ha perdido sin darse cuenta. Y no será hasta el final del cuento cuando descubra la verdadera causa de la muerte de su esposa.
Quién podía pensar que en el almohadón de plumas estaría la causa de la muerte de una recién casada. Allí, instalado entre las plumas estaba el asesino, probablemente una araña, aunque no se especifica, pero cada noche su picadura iba, gota a gota, acabando con la vida de Alicia. Despacio pero eficaz en su tarea. Ninguna de las personas que la rodeaban, ni siquiera ella misma, supo ver dónde estaba su mal. Lo tenía tan cerca que, seguramente, formaba parte de su día a día. Igual que su marido.

El final es desconcertante, supongo, o quizá previsible, si tenemos en cuenta que el narrador con cada palabra nos va guiando hacia un final trágico y que desde la primera línea todo el cuento muestra frialdad, infelicidad y, por consiguiente, muerte. Es la muerte provocada, no por la falta de amor, sino por la falta de la expresión del amor. Es el amor callado, frío, impasible de Jordán el que, inevitablemente, conduce hacia la muerte a su mujer.
M.B.

Aquí os dejo el enlace del cuento:

MICRORRELATO: El recuerdo

Era difícil saber por qué todo sucedió así. Tengo vagos recuerdos de aquel día, hace demasiado tiempo ya, seis meses creo recordar. Me han hecho las mismas preguntas no sé cuántas veces y cada vez mis respuestas son más imprecisas. A veces, no puedo evitar decir un “no recuerdo bien”, “no estoy segura” y entonces me presionan más y me dan más información de la que yo tenía, ya no sé si mis recuerdos son míos o son de los demás. He pensado en ese momento cientos de veces y al final dudaba ya de todo. He intentado repasar cada segundo de aquel día, y no logro mantener una sola versión en mi cabeza. Algunos testigos dicen que lo que yo cuento es mentira, y aportan argumentos que a priori, parecen razonables, pero lo que yo viví no es lo que ellos cuentan. En algún momento, recuerdo algún detalle y lo añado a mi versión y entonces surgen más preguntas y de repente, ya no sé si es cierto o producto de mi imaginación.
He escrito mi versión y la que tienen el resto de testigos, y no encajan. He intentado buscar algo que pueda justificar esa divergencia, pero aún no he conseguido llegar a ese punto de inflexión. Parto de la base de que los testigos no mienten, no tienen motivo para ello, creo. Yo tampoco miento, al menos estoy convencida de ello.




 

Los días pasan aquí dentro, pero el tiempo no. Leo para mantener la mente ocupada y dejar de pensar durante un tiempo en ese día, el día en el que mi vida dejó de ser mía. He hablado muchas veces de esto con los míos, y todos me dicen que tenga paciencia, que todo se solucionará, pero yo ya no recuerdo más, por más que lo intento no consigo encontrar ese detalle 

que me devuelva mi vida y que me permita dar paso a otro día, a otros días. Creen que estoy bloqueada mentalmente, tal vez tengan razón, pero sigo aquí. Y mañana, volverán a empezar con las preguntas. Lo más fácil sería responder lo que ellos quieren oír, y acabar con esta tortura y quedarme aquí, tranquilamente, sin la necesidad de pensar más. Volverán a preguntar y yo volveré a responder, quizá más dubitativa que la última vez, porque habré tenido un día más para recordar lo recordado. Y traerán un nuevo testigo que cambiará mis recuerdos y tendré que incorporar estos nuevos recuerdos a los míos, viejos y trasnochados. Y la verdad ya no será la primera verdad.

M.B.