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MICRORRELATO: LA SENTENCIA




Estaba en la cocina preparando la cena.
Escuchó el nombre de aquella mujer en las noticias, se sobresaltó y se cortó en la mano derecha.
Contuvo el grito de dolor, cerró el puño con rabia, fue al salón y la vio en el televisor.

Era ella, y estaba muerta.
Según dijeron por televisión, el juez no le había concedido la orden de alejamiento, ya que —según este escribió en la sentencia— “no se aprecia una situación objetiva de riesgo para la víctima”.
Pero ahora estaba muerta, y de poco sirvieron sus denuncias y todos los argumentos que, temblando, ella le dio.
Tres días antes tuvo la sentencia en su mano y, con la misma —que ahora tenía manchada de sangre— la firmó.

Su mano sangraba y se apretó con la otra para cortar la hemorragia.
Era inútil: la sangre salía a borbotones.

Al ver cómo sangraba su marido, la mujer, asustada, le preguntó:
—¿Qué te ha pasado?

Él se miró las manos y dijo:
—Esta es mi sentencia.


MICRORRELATO: LA CHAQUETA DE PANA




A veces estaba en su despacho, casi siempre cuando había reunión del Consejo.
Le gustaba sentir que aún corría el poder por sus manos, que algunos compañeros lo miraban con envidia y cierto desprecio mal disimulado.

Sentados a la misma mesa, él seguía teniendo algo que decir, aunque su formación estuviese por debajo de la mayoría de los allí presentes.
Se creía un cautivador de almas humanas con su falsa palabrería y, de hecho, no le había ido mal en su carrera política. Aún había quien lo recordaba con añoranza.

Recordó, entonces, la primera vez que cruzó la puerta giratoria de ese edificio. Al entrar, el calor sofocante le hizo quitarse su chaqueta de pana y, por fin, pudo respirar.
Subió a su despacho y lo primero que hizo fue tirarla a la papelera: la había llevado muchos años y ya empezaba a pesarle demasiado.


“La condena” de Franz Kafka

Hay lecturas que suponen un reto, que tienes que leer una y otra vez, fijarte en cada palabra, en cada detalle, y aún así, sabes que algo se te escapa. Entonces, esa lectura se vuelve recurrente en tu mente,

has quedado atrapado en ella, la recordarás durante años y cada vez que la vuelvas a leer descubrirás algo nuevo. He ahí el encanto de la literatura, de esa que el tiempo no la convierte en caduca.

Georg Bendemann, un domingo por la mañana, decide escribir una carta a un amigo, que vive desde hace algunos años en el extranjero, más concretamente, en San Petersburgo. En esa carta le comunica el compromiso de matrimonio adquirido desde hace unos meses con Frieda Brandenfeld. No tenía, en un principio, intención de comunicarle este hecho, por miedo a que su amigo se sintiese mal por esta noticia. Según cuenta el protagonista, al amigo no le iban demasiado bien las cosas en Rusia, su negocio se había estancado, no se relacionaba con la colonia de sus compatriotas allí, y tampoco compartía vida social con los naturales del lugar, con lo cual estaba condenado a quedarse soltero.
Una vez escrita la carta, el protagonista, informa a su padre de esta decisión. El padre, debilitado por los años, pone en duda que ese amigo exista en la realidad. A partir de este momento de la narración, el cuento adquiere otra dimensión, donde realidad y proyecciones mentales, se mezclan de tal manera, que no sabemos muy bien, que parte es real y que parte es una proyección mental del protagonista. Esta mezcolanza llevará al protagonista a un final trágico, de tal manera que el padre es quien mata al hijo, de forma física y de forma simbólica.
Este cuento publicado en el año 1912 nos muestra el conflicto generacional de Franz Kafka con su padre, Hermann. Vemos a un hijo, dominado siempre por la figura paterna, y con un sentimiento de culpabilidad por no ser el hijo deseado, por no cumplir las expectativas que el padre tenía puestas en él. No es un tema nuevo, pero sí actual. Kafka ve en su padre a un ser poderoso, alguien que se ha hecho a sí mismo, y por más que el autor intente agradar y que este se sienta orgulloso, no lo consigue, porque su progenitor le ha brindado una vida económicamente cómoda y con esa vida cómoda ha truncado cualquier posibilidad de igualdad entre padre e hijo.El padre es fuerte y el hijo, débil. En realidad, esta distancia generacional, no es nada singular, pero Franz Kafka convierte este hecho, bastante común en cualquier época, en materia de literatura y le asigna una dimensión de tal magnitud que lo convierte en el centro de su obra literaria. 
Este cuento, complicado en su forma, pero más sencillo en su fondo, revela como la imagen proyectada del padre consigue aniquilar la figura débil del hijo, ya que hasta en el último momento de su existencia, el hijo, cumple los deseos del padre, que en este caso en concreto, sería la condena del progenitor a morir ahogado. Sus deseos se hacen realidad. 

Si analizamos el cuento en profundidad observamos una figura paterna envejecida, debilitada por el tiempo, empequeñecida a los ojos del hijo, pero en el momento en el que el protagonista, Georg Bendemann, se aleja de la realidad y se acerca a la proyección mental que posee de su padre, en ese momento, vuelve a resurgir el padre poderoso, el padre que le reprocha la vida que lleva, el padre que lo acusa de débil, el padre que durante años ha sometido a su hijo y que como resultado de ese sometimiento, ha provocado la anulación personal del hijo y con ello una muerte real o simbólica.

Aquí os dejo el enlace del cuento:

http://www.literatura.us/idiomas/fk_condena.html