Paseé por las calles durante horas y cuando ya estaba llegando me detuve delante de un escaparate. Vi a alguien reflejado en el cristal oscuro de la tienda, no reconocí su rostro cansado y demasiado arrugado para su edad. Me miró con la misma intensidad que yo lo hacía, me incomodó su mirada. Me resultó insoportable su presencia y me fui a la misma vez que él. Nunca más volví a ver su cara, nunca más volví a detener mi paso.

Era difícil entender su silencio cuando todos hablaban. Sus labios callados decían más que nuestras palabras, cuántas verdades sin necesidad de ser articuladas. A veces entre la multitud el silencio habla y entonces te recuerda por qué no callas porque las palabras en voz alta pesan menos que las nunca pronunciadas.

Empezó a encontrarse mal, un dolor en el estómago le hizo ir al baño. Sintió náuseas y vomitó. Vomitó de todo. Vomitó corrupción. Vomitó muertos. Vomitó pobreza. Vomitó billetes y más billetes. Vomitó y vomitó hasta que se vomitó a sí mismo y entonces… pudo respirar.